El corazón se estremece con las escenas producidas por las tragedias que suceden a diario, en las que vemos niños, personas adultas y animales que pierden la vida o sufren por las guerras, los desastres ambientales o los sucesos fortuitos que afectan la vida y la seguridad.
Ninguna persona está exenta de sufrir una circunstancia que sea potencial generadora de trauma a lo largo de su vida, pero no todas las personas generamos las mismas consecuencias ante un evento difícil. ¿Qué hace la diferencia? Y sobre todo, ¿Cómo podemos ayudar a las personas cercanas y especialmente a los niños que viven estas circunstancias para que no se instaure el trauma y sus consecuencias a largo plazo?
Para empezar, profundicemos un poco en lo que significa la palabra “trauma”, que según la RAE es una “emoción o impresión negativa, fuerte y duradera” que puede dejar daños en el inconsciente, trayendo consecuencias que pueden alterar la vida de la persona marcando un “antes” y un “después” del evento.
Entre las consecuencias que describe la psicología de lo que se ha denominado Síndrome de estrés post-traumático (PTSD por sus siglas en inglés) podemos encontrar las siguientes:
- Revivir el evento mediante recuerdos intrusivos o repentinos que producen reacciones físicas intensas, como sudoración o taquicardia, pesadillas o reacciones emocionales fuertes cuando algo recuerda el trauma. En ocasiones se genera una hipersensibilidad a ciertos estímulos.
- Evitar recuerdos, lugares, personas o circunstancias que rememoren el trauma, limitando la vida y las relaciones.
- Estar alerta continuamente esperando un evento que no sucede, lo cual puede producir trastornos del sueño, irritabilidad y dificultad para concentrarse por un desequilibrio a nivel de los neurotransmisores que regulan la actividad del sistema nervioso autónomo.
- Cambios en el estado de ánimo y exceso de pensamientos negativos, predominando sentimientos de culpa, vergüenza, rabia, lo cual altera las interacciones sociales y lleva al aislamiento.
- Depresión y ansiedad.
- Problemas de memoria
- Pérdida de autoestima
- Falta de empatía en las relaciones
Los microtraumas: heridas ocultas
En ocasiones podemos evidenciar las consecuencias de los traumas aunque las causas no sean evidentes ni hayamos vivido una circunstancia potencialmente generadora de trauma, como son las agresiones personales, las guerras o las catástrofes. Los micro-traumas son como pequeñas heridas a las que nos vamos adaptando de una manera poco saludable porque no contamos con las herramientas para sanar, y que pueden crear personalidades inseguras, conflictivas, narcisistas, resistentes al cambio o inflexibles, generando bloqueos en cualquier área de la vida. En ocasiones estos micro-traumas provienen de la memoria instaurada en nuestro ADN de acuerdo con las vivencias de nuestros antepasados, y se convierten en programas que rigen nuestro inconsciente y por ende nuestra vida sin que podamos ver el origen.
¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando tenemos un trauma que no se resuelve?
Un trauma emocional es como un puente que se rompe, una herida que no cicatriza o una red de comunicación que se interrumpe; a nivel neuronal, las vías dejan de transmitir información, algunas neuronas dejan de conectarse, literalmente se forman “espacios vacíos” en ciertas zonas del cerebro y un exceso de actividad en otras, como es el caso de la amígdala cerebral, que intensifica su actividad llevando a una respuesta sostenida de alerta y generando una tendencia a percibir el entorno como amenazante. Esto provoca que el cerebro responda de forma exagerada incluso después de que el evento traumático haya pasado.
Otra estructura afectada es el hipocampo, que juega un rol crucial en la memoria. El estrés crónico reduce su tamaño y capacidad de formar nuevos recuerdos, lo que dificulta la retención de experiencias positivas y refuerza las memorias traumáticas. A nivel de funciones superiores, la corteza prefrontal, responsable del control de impulsos y la toma de decisiones, también se ve deteriorada, disminuyendo la capacidad para manejar emociones de forma adaptativa y resolver problemas.
Estas alteraciones generan un ciclo negativo entre la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, lo cual agrava los síntomas traumáticos, como la ansiedad, dificultades de memoria, y problemas en las relaciones sociales. Además, el trauma afecta la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, que son esenciales para el bienestar emocional y que, si se desequilibran, pueden llevar a problemas de salud mental y física, como adicciones o enfermedades crónicas.
Ahora vuelvo a la pregunta, ¿qué podemos hacer los adultos frente a las circunstancias difíciles e inevitables de nuestra vida para que no se conviertan en traumas-barreras que nos impidan vivir y prosperar en las diferentes áreas de nuestra vida y cómo ayudamos a nuestros hijos?
El salvavidas: primero póntelo tú
La recomendación de seguridad que nos hacen en los aviones es válida también para este tema: si queremos ayudar, necesitamos desarrollar primero nosotros las habilidades que nos permitan hacer la gestión emocional ante las circunstancias difíciles, adquirir herramientas de afrontamiento y conocer el proceso que ocurre al interior para saber cómo manejarlo.
Desarrollar la resiliencia implica muchos aspectos, todos ellos unidos a un proceso de aprendizaje y conciencia que nos permita pulir aspectos de la personalidad y sacar a flote los “dones sistémicos”, esa información que esta allí guardada de muchas generaciones que han superado dificultades y han logrado pasar la vida para que llegara hasta nosotros.
Dice un viejo aforismo de la sabiduría perenne que “como es adentro es afuera”, y nos sirve perfectamente recordarlo para aplicar a este modelo sistémico de cultivo de la resiliencia, comprendiendo que no somos personas aisladas, que como mamíferos no sobrevivimos si no nos conectamos a nuestra “manada” y que en la conexión y comunicación pueden estar las respuestas a muchos de nuestros problemas de la vida cotidiana, así como en el desarrollo de las conexiones neuronales está basada nuestra inteligencia, creatividad y capacidad de respuesta ante las dificultades.
Propuestas sistémicas para cultivar la Resiliencia
- Alfabetización emocional:
Aprender a reconocer nuestras emociones, es aprender a identificar esa fuerza que en muchas ocasiones nos mueve en una dirección que no queremos, o que se apodera del control en eso que se ha llamado “el secuestro amigdalar”, una respuesta de nuestra amígdala que bloquea literalmente todo nuestro organismo imaginando emergencias donde no las hay. Ponerle nombre a eso que nos mueve o nos bloquea, significa mirar a la cara al miedo, a la frustración, al enojo, a la decepción, y también a la alegría, la pasión, la confianza y tantas otras emociones que pueden surgir del inconsciente al consciente para que las utilicemos de manera positiva y no ellas a nosotros. Comprender el proceso mediante el cual nuestros pensamientos generan nuestras emociones y ellas producen efectos en nuestro organismo, es un primer paso para reconocernos como creadores de nuestra realidad y responsables de la misma. Descubrir que muchas de las emociones que están presentes en nuestro día a día pueden ser emociones heredadas de nuestros padres o antepasados, de sus traumas sin resolver, puede ser la clave para desconectar los hilos invisibles que dirigen nuestra vida. - La comunicación:
El puente más fácil de usar para superar las barreras creadas por un trauma, ya sea a nivel interno o externo, es la comunicación. La palabra es creadora de realidad, como lo explica la PNL, y en este sentido es clave la forma en que dialogamos con nosotros mismos, alimentando esos más de 60.000 pensamientos que circulan en nuestra mente cada día, y que se pueden convertir en nuestro peor enemigo o en nuestro más fabuloso aliado. Medicamento universal para solucionar los conflictos, la comunicación implica no sólo desarrollar la capacidad de expresar lo que sentimos ( clave para el manejo de las emociones) sino también la capacidad de escucharnos y escuchar al otro para validar eso que se percibe como realidad desde la visión que cada uno vaya construyendo. Reconocer los modelos de comunicación heredados de nuestros antepasados, nos puede ayudar a encontrar nuevas maneras de comunicar de acuerdo con la vida presente y con nuestras necesidades, respetando profundamente la manera como se ha comunicado a través del tiempo. - Inclusión, orden y equilibrio:
Los principios sistémicos nos permiten sentirnos parte de nuestra familia, nos ayudan a tejer la red que nos puede sostener y garantizan que recibamos la nutrición que requerimos. Aceptar la vida que recibimos de nuestros padres y nuestros antepasados, con todo lo que trae, fácil o difícil, es el primer paso para seguir el camino de aprendizaje que esa familia tiene para nosotros y así poder tomar lo que nos corresponde. Dice Joan Garriga que “la clave de la felicidad está en tomar todo lo que la vida nos da y soltar lo que la vida nos quita”, con la mirada puesta en el presente para poder construir un futuro. - Autoconocimiento, autocuidado y autoconsuelo:
El mejor camino que podemos tomar es aquel que nos lleve a conocernos, a conocer nuestras emociones y de dónde vienen los pensamientos que las alimentan, descubrir cómo se construye nuestra visión del mundo y aprender a darnos a nosotros mismos lo que necesitamos aunque no lo hayamos recibido de nuestros padres o cuidadores construyendo eso que en la sabiduría antigua se llama el “autogobierno” y que no es otra cosa que asumir que somos responsables de nuestra vida y de cómo respondemos ante los factores externos con sabiduría, resiliencia y adaptación.
Los procesos de introspección y meditación, son esenciales para que logremos crear nuestros mapas internos, esos que nos permitan avanzar en la exploración de nuestro mundo interior. - Percepción y conexión con el cuerpo
La mentalidad occidental, enfocada en lo intelectual muchas veces, nos lleva a perder la conexión consciente con nuestro cuerpo. Cuando descubrimos que el eje psique-cerebro-soma funciona en ambas direcciones, y que podemos desbloquear las memorias que han quedado guardadas a nivel celular, recuperamos una parte muy importante del control sobre nuestro propio cuerpo, y aprendemos herramientas para evitar que el trauma deje programas inconscientes que manejen nuestra vida. Si al menos hacemos conscientes las memorias de la etapa prenatal y los primeros años de vida, tendremos material suficiente para nuestro trabajo personal y para crear ese “observador interno” que nos ayude a no seguir guardando dolores e incomodidades en nuestro almacén inconsciente. - Desarrollo de la compasión y la empatía:
Compasión y empatía tienen un denominador común, y es la conexión que se logra cuando nos ponemos en el lugar del otro, cuando dejamos a un lado los juicios hacia los demás y hacia nosotros mismos y abrimos espacio a la comprensión, reconociendo que hay algo más grande que nos guía y que no está relacionado con el ego. - Conexión con otros y red de apoyo:
Desde que los seres humanos somos pequeños, tenemos la posibilidad de desarrollar el sentido de pertenencia a un grupo y las cualidades que se derivan de ello, como la confianza en que nos sentimos sostenidos, cuidados, protegidos. Sin embargo, esto no siempre sucede, y las circunstancias que viven nuestros padres pueden generar vacíos o creencias erróneas que quedan guardadas en nuestro cerebro. El propósito del trabajo personal, es poder reconocer esos programas fantasma para cambiarlos, y como adultos, tener la oportunidad de crear vínculos sanos y construir nuestra propia red de apoyo donde podamos aportar y recibir desde el campo físico, emocional y mental. Esa red que nos puede sostener en momentos difíciles y donde podemos nosotros aportar a otros en las mismas circunstancias. - Adaptación y flexibilidad:
La resiliencia implica adaptarse a nuevas situaciones, lo que requiere flexibilidad mental y emocional. Técnicas como la reestructuración cognitiva (reinterpretar pensamientos negativos en positivos) y la regulación emocional son claves para ver los problemas desde nuevas perspectivas. Cuando nos abrimos a ver desde puntos de vista diferentes, tenemos más opciones de escoger, podemos ir más allá de las fronteras que hemos heredado y adquirimos nueva información que nos permita afrontar los retos de una manera diferente. Un sistema que permite el ingreso de información nueva, es un sistema que puede prosperar. Por el contrario, un sistema que no se mira a sí mismo y no se adapta con nueva información, es un sistema que tiende a la extinción. - Gratitud y aceptación:
El presente es un regalo, con sus virtudes, sus retos, sus fracasos, sus pérdidas. Si partimos de la base de que todos intentamos hacer lo mejor que podemos, nos abrimos a cultivar el agradecimiento hacia nuestros padres y antepasados y eliminamos los juicios sobre el pasado, ese presente se engrandece y nos permite avanzar en el camino de la vida. Agradecer y aceptar lo que fue, es la clave para aprender y prosperar.
¿Qué necesitan nuestros hijos?
- Padres que puedan gestionar sus emociones de una manera adecuada, para que puedan servir de modelo ante las dificultades.
- Crear un ambiente lo más seguro posible, y cuando surjan las dificultades, asumir el control para que sigamos nosotros siendo los adultos y ellos los niños, cada uno asumiendo sus grandes o pequeñas responsabilidades.
- Fomentar la comunicación, especialmente en lo que se refiere a expresar las emociones, a través de técnicas que ellos puedan comprender y asimilar de acuerdo con su edad. Guardar secretos o negar nuestras propias emociones significa que los mecanismos de represión y negación se pueden establecer como normales, y eso no nos beneficia ni a ellos ni a nosotros. Lo que nos compete como adultos es regular la comunicación para saber qué información compartimos y cuál no, y escoger la mejor forma de comunicar desde un punto neutro emocionalmente.
- Evitar la sobreexposición a información perturbadora puede ser un elemento protector para los niños, que contribuye a la necesidad de sentirse protegidos por los adultos y les permite irse adaptando al mundo exterior.
- Enseñar ténicas de autoregulación y autoconsuelo, como las técnicas de respiración, el aquietamiento, dibujar o leer, utilizar el arte como herramienta, pueden mostrar que lo más importante ante lo que sucede afuera, es cómo reaccionamos adentro, y es ahí donde siempre tenemos el control.
El camino de la vida está lleno de baches, obstáculos, tormentas, fracasos, desvíos, pero sobre todo, de los aprendizajes que surgen en cada una de esas circunstancias y que se constituyen en la razón por la cual estamos viviendo esta experiencia de origen espiritual aunque ocupemos un espacio material.
El resultado de ese camino, depende de como construimos nuestras Perspectivas Interiores para tener la oportunidad de crecer.
Marcela Salazar
REFERENCIAS
- La lección más importante de 83 000 tomografías de cerebro, Charla Ted, Daniel Amen