Un verso de una canción me hace reflexionar…
“De chica me decía esta es la forma correcta
De andar y de dirigirme a quien tuve delante
De grande me costó a tropiezos poder darme cuenta
Que había que volver a ser niña y desenseñarme”(1)
Y aunque la canción habla de la fuerza de las mujeres y cómo somos capaces de seguir adelante, también nos puede llevar a mirar a los relatos que tenemos de nuestra infancia, a las historias que nos contamos de las relaciones con mamá, papá y los hermanos; nos puede inspirar a revisar la visión del mundo que se construyó en nuestra mente, influenciada por los dolores sin resolver de nuestra familia, por la propia mirada de mamá y de papá o de las personas que nos criaron, o por los sucesos difíciles que hayamos vivido, y que dejaron marcas en el camino.
Como dice Gabor Maté, el trauma no es lo que nos pasa, es lo que pasa dentro nuestro como resultado de un evento externo. Un mismo suceso, por doloroso que sea, puede tener un impacto diferente en dos personas que lo hayan vivido al mismo tiempo. Entonces, ¿qué es lo que cambia? Es más, nos podemos preguntar: ¿podemos cambiar nuestro pasado? O es como una condena por el resto de nuestra existencia.
Dice también este experto en trauma, que muchas de las memorias de trauma se han creado antes del desarrollo del lenguaje, lo cual hace que sean de difícil acceso cuando queremos sanar. En ocasiones pueden llegar a nuestra vida emociones, sensaciones que no sabemos de dónde vienen ni cual fue su origen; dolores o síntomas físicos que están alojados en algún lugar y salen de repente, obligándonos a hacernos cargo de ellos, especialmente cuando bloquean aspectos importantes de nuestra vida.
La respuesta: sí se puede
Y entonces viene una decisión importante: tomar la responsabilidad de hacernos cargo de lo que surge, porque solamente desde nuestra parte adulta podremos resolverlo. Esa niña o niño que vivió una circunstancia dolorosa, probablemente no tenía recursos para gestionarlo, ni siquiera el lenguaje, ni el apoyo para poder vivirlo de otra manera.
He tenido cerca hombres y mujeres que pasaron por traumas de infancia, que vivieron circunstancias que para cualquier persona pueden parecer difíciles de superar. Algunos de ellos lograron “sobrevivir” adaptándose de la mejor manera posible, desarrollando estrategias para seguir adelante, aunque en ocasiones ello haya significado poner muchas murallas alrededor para protegerse de las potenciales agresiones. Otras personas encontraron recursos para gestionarlo de manera diferente, y en general, son los que veo con menos consecuencias a largo plazo de los eventos traumáticos vividos.
Los fantasmas de nuestro pasado, por más que los escondamos, muchas veces terminan por salir en las “noches oscuras” o en ciertos momentos donde la conciencia aprovecha un recodo del camino para recordarnos que tenemos temas pendientes.
¿Cuándo terminará? Me dice una paciente, un poco agotada cuando siente que su proceso no avanza como quisiera, que la cima de la montaña aún parece lejana. Cada vuelta de la espiral del camino de la vida cuando lo hacemos conscientemente, nos acerca y el mejor remedio es la Paz-ciencia, como dice el Dr. Jorge Carvajal. En mi propio camino he podido ver que detrás de la cima de la montaña hay un valle, y luego una montaña más alta, con nuevos retos por conquistar.
“¿Por qué Dios me manda esto?” me pregunta otra persona, y a veces se me acaban las palabras para poder transmitir el profundo amor que siento que hay detrás de cada reto, el pensamiento que me lleva a presentir que no es que Dios nos mande “meteoritos emocionales” para castigarnos, sino que él está allí siempre para ayudarnos a crecer, como un buen Maestro, creador, o Papá, que se asegura que quienes vienen detrás tengan la oportunidad de evolucionar.
A veces pareciera que nos enfocamos en buscar los culpables de nuestro dolor, de nuestro miedo, de nuestra tristeza, para “devolverles” lo que es suyo, para “cortar” el lazo que nos une, o para secretamente “vengarnos” si pertenecen a nuestro círculo cercano. Pareciera que esto no termina por llegar nunca a crear la Paz, porque como dice Tich Nhat Hanh, “es como si se incendiara tu casa y salieras corriendo a perseguir al que crees que fue el culpable”. Mejor ocuparse de apagar el fuego, y éste, siempre viene de dentro, representando nuestra manera de ver el mundo y nuestras lecciones pendientes.
¿Qué pasaría si nos damos cuenta que ese otro que “sentimos” nos hace daño somos nosotros mismos en otro estado de conciencia? Tal vez podríamos ponernos en Paz con esa parte nuestra y así dejaríamos de buscarla afuera para sanar adentro…
Lo que cambia no es el pasado, es nuestra forma de mirarlo desde otro lugar de consciencia.
El observador interior
El psicoanálisis nos explica cómo los sucesos dolorosos, lo que no podemos procesar, se desliza desde nuestro presente y se convierte en contenido inconsciente que muchas veces nos atormenta o nos hace sabotearnos nuestra propia vida. Muchos de estos contenidos son producto de etapas tempranas de nuestra vida, probablemente incluso de antes del desarrollo del lenguaje, y también muchos provienen de los sucesos familiares que no se lograron resolver para convertirlos en aprendizajes. Se van acumulando como el hielo debajo de la superficie del mar que conforma un iceberg, y son anclas inconscientes que no nos dejan evolucionar.
Meditar es mirar hacia adentro, observarnos, escudriñar en todo eso que está por allí guardado y tener la oportunidad de sacarlo a la luz para transformarlo. Es también crear la figura de un “Observador interior”, que es como una especie de vigilante que se asegura que no dejemos pasar más emociones sin resolver al inconsciente, que descubramos en que parte de nuestro cuerpo se refleja lo que sentimos y así no desaparece de nuestra vista hasta que logremos procesarlo con nuestra consciencia en el presente.
Crear el observador interior es también asumir nuestra responsabilidad sobre lo que sucede en la vida, y dejar de esperar que la solución provenga de que el mundo de afuera cambie, reconociendo que la verdadera libertad como nos dice Viktor Frankl, es la de «elegir la actitud con la cual afrontamos lo que nos sucede».
El relator interior:
Al crear el observador, también nos damos cuenta cómo emerge otra figura crucial, y es el relator interior, el creador de nuestros diálogos internos que termina definiendo la manera como vemos el mundo a través de las palabras que nos decimos a nosotros mismos, y de la forma como construimos a diario nuestro mundo interior a través del lenguaje.
Puede que hayamos aprendido de nuestro entorno palabras o formas de expresión no muy saludables, o que nuestro lenguaje interior esté lleno de autocrítica como reflejo de lo que recibimos en nuestra infancia. Es posible que sigamos contándonos nuestra historia desde un lugar de víctimas, con frases como “mi mamá no me quería”,”mi papá me abandonó”, “nunca me escuchaban”, “viví situaciones de maltrato desde que tengo memoria”, y muchas otras que siguen creando el mismo tipo de realidad afuera: la de una persona que siente que no merece el amor, porque en su memoria sólo existen pensamientos, emociones y sensaciones relacionados con el sufrimiento, que se repiten una y otra vez en un círculo vicioso sin fin.
Si queremos romper el círculo, necesitamos nueva información, una nueva manera de ver el mundo, y un nuevo relator interior que empiece a escribir una historia diferente. Ahí, la realidad se transforma y el resultado puede ser más acorde a lo que deseamos para nuestra vida.
La palabra crisis está relacionada con la palabra crecimiento, y se convierte en una oportunidad para evolucionar cuando cambiamos la mirada interior para convertirnos en aprendices, descubriendo lo que necesitamos lograr de esos momentos difíciles.
La historia que conocemos
Los primeros guionistas de nuestra historia son nuestros padres, las personas que nos criaron, las que formaron parte de ese primer lenguaje al que tuvimos acceso de niños, y que formó una buena parte de nuestra manera de ver el mundo. Si ese lenguaje fue de amor, seguridad, aceptación, resolución de nuestras necesidades de niños, nuestra visión será más positiva, nuestro relato interior será uno que nos guíe más fácilmente hacia el futuro, a la consecución de nuestros objetivos personales. Si por el contrario nuestro mundo de infancia estuvo lleno de circunstancias que expresaban los propios asuntos no resueltos de nuestros padres, hermanos, familia cercana, nuestro diálogo interior estará lleno de frases que necesitamos transformar, y así es probablemente para la mayoría de nosotros.
Tal vez la primera renuncia que necesitamos hacer, es al mundo perfecto, a la familia soñada, a los padres de fantasía que nunca podremos tener, reconociendo que todos somos seres en construcción y que lo que recibimos como parte de nuestra vida, es lo que necesitamos como herencia para empezar a escribir nuestra propia historia desde un lugar de más consciencia.
La historia que conocemos, es la que nos han contado, desde la visión del mundo que tengan las personas que nos criaron, y que está determinada a su vez por lo que ellos mismos hayan recibido. Y eso no lo podemos cambiar, sólo reconocerlo, para que a partir de ahí encontremos nuevas maneras de mirar, nuevas Perspectivas interiores que nos permitan una mirada más amplia y consciente, la parte que podemos aportar a las generaciones futuras para que ellos continúen el camino.
Adquirir libertad es descubrir que somos los autores del libro de nuestra vida, aunque algunos de los capítulos no tengan el resultado que esperamos, y comprender que, con la visión que vamos construyendo, podemos cambiar nuestro relato interior logrando descubrir los aprendizajes de cada dolor, cada trauma, cada pérdida o despedida.
La historia que nos contamos a nosotros mismos es la única que puede cambiar a partir de decir sí a lo que fue, a sus protagonistas, a la vida misma, al pasado tal y como fue, y si podemos verla desde muchos lugares, se enriquecerá con el movimiento que aporta nuestra propia consciencia.
La transformación en la vida se logra cuando nos enfocamos en desarrollar nuestras propias Perspectivas interiores.